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Volver, volver, volver

Volver, volver, volver

Qué felicidad volver nuevamente a Madrid. Aunque sea a través de los ojos de Almodovar. Ahí Madrid es siempre el lugar de lo posible.

Si en sus filmes anteriores Almodovar ponía mal al género masculino, si lo mostraba débil, secundario, incompleto, aquí lo elimina de plano.

El hombre, el macho, sólo sabe dañar cuando esta cerca, eso más o menos me pareció ver en su propuesta. Como amigo, como parte seductora está bien, pero no debe cobrar mayor importancia, parece decir.

Este contrapunto es también el de la ciudad y el pueblo. El pueblo de Raymunda me recordó de inmediato a Calera y Chozas, o a otros lugares parecidos, encantadores, pero pequeñas prisiones para el individuo. Pensé en el Santo Tomás de donde vienen mis padres, en la visita de las señoras del lugar cuando se muere un miembro de familia. En la libertad con la que unos forman parte de las vidas de otros, en los roles que se van adjudicando, en las deudas morales que se van adquiriendo o pagando.

Qué país más fascinante es España y cuánto ha durado su presencia en nosotros (Perú, América Latina), veía las calles de Almagro y estaba en San Blas, en el centro de Cusco, en Quito. Cuánto se ha impregnado el espíritu español en nuestras vidas, en nuestras maneras de concebir a la familia, al grupo social, en nuestra manera de entender la muerte. En nuestras atribuciones de funciones. La mujer es así el centro de la vida y el mundo de Volver es el de las mujeres. Ellas son el motor, son la belleza, la ternura, el presente y los recuerdos. Es el amor lo que las mueve. Casi cada acción de sus personajes está motivada por el amor.

Ha dos o tres escenas extraordinarias. Raymunda cantando y su madre en el auto, mirando. Después de mucho, mucho tiempo, me salen las lágrimas en el cine, así, naturalmente, y me recuerdo a mí junto a mi propia madre.

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