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elecciones peruanas

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Este es un artículo publicado en El Comercio para todos aquellos que no hayamos decidido nuestro voto.

La tragedia de elegir

Gobierno y ciudadanía.

Entre la elección de nuestras parejas amorosas y la elección de nuestros gobernantes, parece haber en el Perú una ecuación que sería interesante resolver. El cineasta Arturo Ripstein solía decir que Profundo Carmesí era la historia de un calvo y una gorda. Así resumía el célebre director mexicano el argumento de una de sus películas más sórdidas y tremebundas, en las que campeaban el crimen y la pasión, entre otros temas de mayor importancia. Era su respuesta en clave de humor para desarmar discusiones bizantinas sobre los horrores que narraba en sus filmes y que le pedían que "explicara". A su paso por Lima, en una entrevista aparecida precisamente en El Comercio, el realizador afirmó lo siguiente, "Los mexicanos hacemos cine como revancha".

Mi querida hermana Delba, por su parte, sintetizaba aun mejor que Ripstein el tema de la frecuente mala elección de nuestras parejas amorosas, con la siguiente pregunta: "¿Por qué siempre una talla menos?". Interrogante que, en la arena política, nos concierne a todos los peruanos cuando de elegir se trata, no solo a nuestras parejas, sino a nuestros gobernantes. ¿Será que los peruanos elegimos como revancha? ¿Por qué siempre una talla menos?

Si en cuestiones de amor esto tiene grandes implicancias, habría que encontrar un link en la relación de amor-odio con nuestros gobernantes, a quienes les exigimos cosas que sabemos que no pueden cumplir. O será tal vez que no conocemos los mecanismos -o estos no son suficientemente accesibles a la mayoría de la población- para expresar y demandar nuestros derechos y ejercer nuestros deberes. En esta, que parecería ser una hipótesis trillada, podría estar la clave de algunos de nuestros males endémicos: no sabemos ser ciudadanos. Porque si en algo nos hemos especializado los peruanos es en el arte de criticar, como lo opuesto a pensar, reflexionar, analizar y proponer, lo cual contribuiría a generar corrientes de opinión y formas de participación. Esa sería una actitud proactiva y nos impediría simplificar la historia de nuestros procesos electorales, como si no existieran mecanismos de cambio y de reforma. Dos palabras que amenazan convertirse en letra muerta, porque solo cobran bríos durante las campañas. Y es que "el cambio" no es un milagro que lloverá del cielo y de las promesas, sino un trabajo colectivo de largo aliento llevado a cabo por una comunidad de personas dispuestas a creer en él. Porque el destino trágico que señalaban los griegos no tenía un final feliz

¿A qué género pertenecerían las elecciones presidenciales 2006? A un sainete a ritmo de raeggetón, sobre cómo la acción de elegir se convierte en un dilema. El manual del perfecto peruano, de editarse, definitivamente incluiría una sección sobre nuestras dificultades en ese terreno movedizo, que podrían hacer las delicias de cualquier dramaturgo o psicoanalista. La disyuntiva de por quién votar o por quién no, se convierte en un verdadero melodrama de café. Así como somos ejemplares para ciertas cosas, y contamos con peruanos y peruanas ilustres en nuestra historia pasada y presente, entre nuestros puntos más bajos, esos en los cuales "no damos la talla", somos acomplejados y sinuosos, paranoicos, resentidos e inseguros. Cuando llegamos a ese lugar en el que nos toca decidir nuestro destino, encontramos que nos hemos quedado en la infancia o en la adolescencia, esperando que algo o alguien decida por nosotros cuál es el mal menor.

¿Se trata de una cuestión de baja autoestima nacional? Habría que preguntarle a los analistas. Pero si no encontramos a nuestros candidatos y candidatas aptos para dirigir el país, ¿nos sentiremos bien representados y orgullosos? "Para mí está claro que cambiamos la historia todos los días. Y ese cambio dignifica al ser humano", ha señalado recientemente el periodista colombiano Javier Darío Restrepo refiriéndose a la ética. Por ello, si en las próximas elecciones no hacemos un voto digno, estaremos votando contra nosotros mismos. Un voto resignado que no sé si tiene absolución, igual que la pareja de la gorda y el calvo de la película de Ripstein.

Marcela Robles

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