Blogia
diariodecosas

Sartre, encore

Sartre, encore Aquí va una traducción del excelente retrato de Sartre publicado en Le Monde

Un hombre libre, expuesto al viento de la historia

Sus amigos de juventud lo llamaban "el hombrecito", tal vez porque lo sabían destinado a la grandeza. El tampoco lo dudaba, desde el momento en que ésta sólo dependía de él. Raymond Aron recuerda haberse admirado de la seguridad de su pequeño camarada.
Kant, Hegel ? Y por qué no ? Aron dice también que los normalistas de esta generación se preguntaban quién entre Sartre y Nizan, los inseparables, se volvería célebre primero y quién lo sería para siempre. Aron mismo pensaba que Sartre crearía en filosofía y Nizan en literatura.

Sartre cuenta que se veía como un gran hombre en el futuro, vivía su juventud como la del "joven Sartre" que los biógrafos detallarían. Mejor aún, había concebido este gran proyecto : "ser a la vez Spinoza y Stendhal". Cuando Simone de Beauvoir lo encontró, en la primavera de 1929, quedó sorprendida por esta bella convicción, por el flujo inagotable de ideas y de teorías que él producía, pero también, cuando le hizo leer sus primeros ensayos, por su torpeza. Una aventura metafísica le sucedió a Sartre: nacer. Este accidente le ocurre a todo el mundo, pero en él, el nacimiento tomó un sentido verdaderamente ontológico: era pura contingencia. Dicho de otro modo, su nacimiento podría también, sentía él, nunca haberse producido. Más tarde, cuando interpretó las condiciones particulares de su infancia, en Las Palabras, escribió: "Mi suerte fue la de pertenecer a un muerto: un muerto había derramado las pocas gotas de esperma que hacen un niño" y se felicitaba: huérfano de padre, es a este "joven muerto" a quien le debía el no estar "carcomido por el cangrejo del poder" y el no tener un superyo. Estaba entonces de más y ese carácter supernumerario debía darle la intuición que ahí estaba lo propio del hombre. En suma, era de nacimiento el filósofo de la libertad porque había vivido desde la niñez nuestra condición de seres sin otro destino que aquél que podemos darnos nostros mismos. Esto asegura un cierto avance en la vida.

Pero aún hay que encontrar la forma que confiera a este descubrimiento un valor de verdad universal. Sartre invirtió mucho tiempo en eso. Aron, armado del idealismo kantiano, había demolido una a una sus teorías, sin convercerlo. Profundizaba en su idea, obstinadamente, seguro de tener razón porque vivía de lo que pensaba, mientras que Aron se iba elegantement a jugar a las canchas de tenis. Y cuando su camarada Nizan, seguro por su compromiso con los condenados de la tierra inscritos en el PCF, iba, en sus virulentas novelas, a la carga contra la clase enemiga del género humano, la burguesía, Sartre, enredado en un neoclasicismo heredado de Valéry, proponía mitos sobre la Leyenda de la verdad, intentando reconstruir su historia. Luego, bajo los consejos del buen Castor, como llamaba a su compañera, se decidió a dar forma de novela a la experiencia constitutiva de su persona. Modestamente, llamó a esta empresa su "factum sobre la Contingencia". El Castor tordit le nez cuando leyó una primera versión de esto, escrita en la Havre donde Sartre enseñaba la filosofía: se sentía aún mucho de profesor. No podía él poner un poco del suspenso que ellos amaban del cine y de las novelas americanas? En Berlín, a donde él había ido a descubrir Husserl et Heidegger en el texto, en 1933-1934, mientras que un cierto Adolf Hitler consolidaba su poder, sartre retomó el factum desde su inicio.

Beauvoir, a quien él describió más tarde como uno de los "severos testigos que nunca -le - dejaban pasar nada", no se dejó convencer aún. Puso entonces su texto sobre el banco de artesano, limó, pulió, acomodó. Pero este manuscrito mejorado, titulado "Melancolía", no tuvo la suerte de gustar a los lectores de Gallimard. Sartre se sintió rechazado en su pripio ser, y como una linda y joven persona que él enamoraba lo rechazaba también, se hundió en la depresión, se creyó perseguido por langostas y cangrejos, se pensó víctima de una psicosis alucinatoria crónica, lo que irritaba a su compañera que lo encontraba auto complaciente en la locura. Dejó entonces de estar loco, hizo intervenir a Charles Dullin frente a Gaston Gallimard; éste aceptó la extraña novela, propuso como título La Náusea, y Sartre consintió de buen grado en endulzarlo un poco en sus aspectos populistas y obscenos. Sabemos lo que sigue. Exito crítico, premio Goncourt perdido por poco, publicación de cuentos y artículos resonantes en La NRF, uno de ellos sobre Mauriac que hundió al novelista católico en un silencio perplejo.

Qué es lo que Sartre ha aportado al mundo literario antes de la guerra y lo que va a explosionar verdaderamente después? Una visión radical de la condición humana. No política, sino ontológica: el ser humano está abandonado a la angustia apenas considera su existencia en su verdad. Es lo que no es y no es lo que es, y esta distancia consigo mismo, esta imposibilidad de coincidir consigo mismo no es otra cosa que la libertad de la consciencia.

Husserl ha llamado a esta proyección de la consciencia hacia las cosas, la "intencionalidad". El hombre está enteramente en lo de afuera, en el mundo, expuesto al gran viento de lo real. No hay interioridad, lo que llamamos la vida interior es una mistificación, una vana complacencia a los mitos de la persona única y exquisita. La fenomenología nos libera de Proust y de la psicología. La imaginación es esta facultad de "debilitar" lo que corresponde a la consciencia y darle la libertad. Esta no tiene nada de un regalo, por el contrario, exige la responsabilidad, mas aún porque es imposible huír de ella, salvo mintiéndose a sí mismo y a los otros con mala fe. Pero ésta permite también la grandeza en lo que consiste una vida asumida como libertad, contra todos los determinismos, y entre ellos el del inconsciente.

Esos temas del existentialismo sartriano o del existentialismo ateo (por oposición al existentialisme chrétien qui a sa source chez Kierkegaard) et qui seront formalisés, conceptualisés dans L'Etre et le Néant (1943), sont déjà en place dans les écrits que Sartre publie au cours des années 1930. La guerre va lui servir à les approfondir, à les développer.

La guerra es la gran oportunidad de su vida, a riesgo de proferir una paradoja escandalosa. En la Liberación, Sartre comenzará su artículo sobre "La República del silencio" con esta frase ya célebre: "Jamás habremos sido más libres que bajo la Ocupación alemana." Libres porque expuestos, en una situación límite, a la verdad de la condición humana y confrontados a las elecciones más extremas. Se le ha reprochado con frecuencia, sobre todo después que Sartre ha muerto, de no haber sido fusilado o al menos torturado, de haber resistido escribiendo en vez de hacerlo con las armas en la mano. De no haber sido ni Jean Cavaillès ni René Char. En suma, de haber sido Sartre. De haber escrito Las Moscas, Huis clos, El Ser y la Nada, en vez de haber matado alemanes o haber hecho explotar trenes. Que se le sea reprochado después, podemos comprenderlo; que otros, sobre todo aquellos que lo han leido, le reprochen el haber escrito, es una farsa. La resistencia de escritor y de filosofo de Sartre es irreprochable.

Los reproches, si se le tienen que hacer, se refieren a la manera en la que justificó y argumentó sus elecciones políticas después de la guerra y de los años 1950 y 1960. Hoy en día se puede preferir los objetivos de la Unión democrática revolucionaria que él anima en 1948-1949 (dar un contenido concreto a los derechos abstractos de la democracia con la creación de una Europa socialista y revolucionaria) a los esperados de la posición de compañero de ruta que toma en favor del Partido comunista de 1952 a 1956 (defender el partido porque representa los intereses de la clase obrera y porque está reprimido, defender al bloque soviético en la guerra fría porque está menos armado que el bloque atlántico, que tiene menos razones de querer la paz).

Pero esas posiciones son únicamente cuestion de política y lo que nos interesa está más allá, en el hecho que la obra de Sartre persigue en los años "litigiosos" (a los ojos de Bernard-Henri Lévy, por ejemplo) es por decirlo apropiadamente ser la de un genio. Los Caminos de la libertad, esta puesta a prueba de la libertad misma por la experimentación literaria en la línea de la novela americana y de su realismo subjetivo. Santo Genet, este prodigioso psicoanálisis existencial de un escritor por otro escritor. Las Manos sucias, Dios y El Diablo, Les Séquestrés d'Altona, esas interrogaciones apasionadas sobre lo que hacemos cuando somos atrapados por la historia. La Crítica de la razón dialéctica, este esfuerzo gigantesco por comprender cómo la libertad muta en contra-finalidad desde el momento en que el acto se inscribe en el mundo material y cómo el grupo se petrifica por el juramento de continuarse una vez pasadas las condiciones de su surgimiento. Les Mots, esta manera irónica de despedirse a sí mismo demistificando lo que le ha constituído. El Idiota de la familia, esta empresa de antropología totalizante donde el individuo Flaubert y su proyecto de vertir el mundo entero en el imaginario, se vuelven una saga de la escritura en un mundo histórico vuelto inteligible. Tantas obras que dan una mirada sobre el hombre donde los misterios se disipan bajo los fuegos de la inteligencia más ágil y vigorosa que haya conocido el siglo XX.
Podemos estar orgullosos de haber sido contemporáneos de este hombre, Jean-Paul Sartre, conmovedor, divertido, fraternal. Tenía 60 años cuando lo conocí, estaba cubierto de gloria a un punto que ningún escritor francés conoció antes de él, irradiaba dinamismo, exaltaba en uno todos los rechazos, todas las esperanzas, todos los proyectos. El ignoraba completamente que él era Sartre, ese Otro que los jurados del Nobel habían querido petrificar en estatua de sí mismo, todo aquello que le horrorizaba. Amaba la vida, no se mentía, no decía la verdad, en la intimidad, a aquellas que no querían aceptarlo; no se entristecía, no se carcomía de culpabilidad. Iba hacia adelante, lo conocí siempre así, aún disminuído, sin preocuparse de lo que dejaba tras de sí, liberado de lo que entorpece tanto a los hombres: el interés. "Fiel al bello mandato de ser infiel a todo", libre fue, libre se queda, expuesto al viento de la historia, al aliento espeso y ardiente del mundo. Un grand vivant que no está muerto, pues se ha transformado en quien era, un llamado a la libertad. Jamás hemos estado más libres que infundidos por las ideas de Sartre.

Michel Contat

0 comentarios